Tiempo Herido

Y esto es lo único que nos queda a los mortales, el lenguaje, una gota amarga de vino, una palabra, un descuido, un ideal. Y esto es lo único que nos queda a los mortales, un último suspiro, un silencioso tic tac, la muerte: verdadera libertad.

martes, 12 de octubre de 2010

Bacon


No cambió tu mirada, en lo absoluto, no frunciste los labios, no mostraste los dientes. Aunque, para ser sincera, sólo miraba tu manos, se movían con dificultad, rasgabas la pared, besabas con las yemas de los dedos la pintura fresca, gastabas las uñas en el cemento, ansioso, escarbabas como una bestia. Luego, con fuerza, golpeabas el muro, gemías. Cada uno de tus suspiros burdos parecían ser huérfanos, tu rostro inmóvil, como una máscara veneciana, petrificada, en nada cambiaba, no se desfiguraba. No se abrían tus labios, no sudabas, no forzabas los párpados. Pero entonces, volvía yo a tus manos, sucias, gastadas, salvajes e inclementes.

Temblé, desde la distancia, temblé. No era miedo lo que invadía mis órganos, tampoco estaba desconcertada, y aunque buscara en el lenguaje no encontraría palabras acertadas o emociones correctas. Volvía entonces a tu manos, perdía de nuevo la conciencia sobre mí, y volvía ti, a las yemas de tus dedos, a tu piel roída, al polvo y el mugre en tus uñas, a tus venas pulsantes. Era de nuevo esa canción irritante, esa incesante percusión de tambores africanos. Eras de nuevo tú, tú y tu rostro helado, tú y ese poema turbado, tú y ese desasosiego.

Gemías, gemías una y otra vez, incesante. Parecía que fueran tus manos quienes, en medio del cansancio y el desespero, dejaban escapar uno que otro gimoteo. Parecían ser ellas las únicas con vida en tu cuerpo, parecían palpitar, actuar con voluntad propia.

Entonces, mis manos cobraron voluntad también, rasgaron la pared hasta sangrar, entonces, cuando fui consiente, frené los labios de tus dedos, “! Para!”, pero tu seguiste esquivándome con brutalidad. Ahora el muro estaba empapado en sangre. Tras un rugido brutal no tardó en desplomarse el cemento sobre nosotros, en llenarnos de tierra, arena y piedras, en romper nuestros huesos, uno a uno, iracundo. Ni tu ni yo corrimos, dejamos que nos empapara la tierra como lluvia, como un beso largo, como un minutero irritado.

Tus manos, inertes ahora como tu cuerpo, nuestras cabezas rodando en el suelo. Te desplomaste, pedazo a pedazo, entonces lo supe, eras de piedra, y yo también, sólo somos, sólo fuimos héroes inmortalizados.

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