Tiempo Herido

Y esto es lo único que nos queda a los mortales, el lenguaje, una gota amarga de vino, una palabra, un descuido, un ideal. Y esto es lo único que nos queda a los mortales, un último suspiro, un silencioso tic tac, la muerte: verdadera libertad.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Carta al Tiempo

Carta al Tiempo
“ Marzo 13
1910
Cartagena, Colombia.

Marina:

Se deshizo de nuevo, sobre tus labios, esa imagen de siempre, esa postura erguida, ese orgullos bien vestido, esa estirpe rígida. Entonces eran épocas de grandes, de nombres y de sangre, entonces eran épocas sin tregua entre burgueses y nobles, entre mitos y carne. Lo cierto es, Marina que ya nada es igual, que ya no nos adorna el orgullo, que ya no nos ampara la sangre ni la piedad. Lo cierto es Marina, que de mi ya no queda nada.

Cartagena es una ciudad agitada, histórica y emergente. Qué puedo decir más que a pesar del clima cálido, del prometedor progreso, de la tierra fértil y la ganas, ha sido más fuerte el miedo, ha sido más fuerte el deambular entre extraños, entre almas emancipadas de sus raíces. Parece que hoy ya de nada sirve ese escudo adornando un apellido, que acá de nada valen esas vigas de mármol o esos trajes cargados. Acá Marina no somos más que carne y polvo.

Lucrecia parece cada vez más distante, cada vez más ajena, amarga, y siento a veces que somos cada vez más extraños, que casi ya no reconocemos. Parece que de aquellos tiempos sólo nos quedan fantasmas, sombras, pantanos.

Marinita y Evita han disfrazado los muros tristes de paredes blancas, las tristezas y la añoranza en juegos dulces, en aventuras alegres, han trasformado los fantasmas en silencio, y el mar en esperanza.

Espero que tus noticias sean más gratas.
Besos a los niños,
Arturo. “

Te quedaste inmóvil frente al papel, y entonces comprendí que nadie pensaría que de aquellas miradas frías, que de aquel árbol genealógico impecable y estricto, nacerían dos niños casi bastardos, casi ilegítimos, que de una de aquellas niñas vestidas de frivolidades nacería un poeta frustrado, un comunista arrepentido, un viajero desorientado, y un mujeriego incansable. Nadie pensaría que el apellido que por tanto tiempo se había contenido dentro de vigas de mármol, abrigos costosos, de orgullo español y tradición, nacerían dos pequeños sin nombre, dos pequeños desorientados y olvidados, que aquella niña abastecida con caprichos y lujos, pasaría por penurias innombrables, miserias y deshoras nupciales.

Lo cierto es abuelo, que nuestras historias no son tan distintas, que a pesar de no portar tus canas ni cargar con tus fantasmas, yo también he negado el apellido de mi padre, he enaltecido a mi madre y la he vestido de heroína y mártir, que yo también he escarbado con desespero en el pasado.
Y aún así, sigue siendo cierto viejo, que a esta generación ya no le importan sus historias ni sus glorias, que esta generación no venera nobles, ya no defiende escudos, la cosa es, que podrán pasar cien años de haber inmortalizado un instante, pero no podemos materializar esas vigas de mármol, ni esos escudos sagrados, no podemos purificar nuestra sangre ni enaltecer sus cantos. Lo cierto es mi viejo, que así como lo dijo Schieli “Todo está muerto mientras vive”.


Por: Manuela Menéndez Besada-Lombana.

domingo, 23 de enero de 2011

...

Y si cuento otra historia de un hombre de traje y sombrero? Arraigado al tiempo y al minutero, desesperado, irritado y afanado. Si violo de nuevo las normas gramáticas, el alfabeto? Si suspiro palabras vacías y las disfrazo de muros intelectules, si canto una oda al sol o la luna, si te pienso en silencio y recorrro tu besos, tus labios, tu boca y tus dientes? Si describo los cuadros que adornan mi cuarto, si cansada, si gastada, llamo hogar a tu manos?
Si hago todo lo anterior? si convierto el día en un poema trillado? Si ruego compasión? entoces qué soy yo?
Yo no soy poeta, no hiero al papel con tinta, no soy buena.
Si no me han enaltecido o premiado, si apenas soy niña de tiernos años, si me gustan los libros, el papel empapado de pintura, y los barcos... Qué soy?
si me encuentro perdida entra mitos urbanos, entre humo, polvo y carros, si te grito con fuerza, si canto, qué soy?
Soy un ombligo, soy unas piernas y unas manos, una niña que noq ueire crecer, un hada, un canto.

martes, 12 de octubre de 2010

Bacon


No cambió tu mirada, en lo absoluto, no frunciste los labios, no mostraste los dientes. Aunque, para ser sincera, sólo miraba tu manos, se movían con dificultad, rasgabas la pared, besabas con las yemas de los dedos la pintura fresca, gastabas las uñas en el cemento, ansioso, escarbabas como una bestia. Luego, con fuerza, golpeabas el muro, gemías. Cada uno de tus suspiros burdos parecían ser huérfanos, tu rostro inmóvil, como una máscara veneciana, petrificada, en nada cambiaba, no se desfiguraba. No se abrían tus labios, no sudabas, no forzabas los párpados. Pero entonces, volvía yo a tus manos, sucias, gastadas, salvajes e inclementes.

Temblé, desde la distancia, temblé. No era miedo lo que invadía mis órganos, tampoco estaba desconcertada, y aunque buscara en el lenguaje no encontraría palabras acertadas o emociones correctas. Volvía entonces a tu manos, perdía de nuevo la conciencia sobre mí, y volvía ti, a las yemas de tus dedos, a tu piel roída, al polvo y el mugre en tus uñas, a tus venas pulsantes. Era de nuevo esa canción irritante, esa incesante percusión de tambores africanos. Eras de nuevo tú, tú y tu rostro helado, tú y ese poema turbado, tú y ese desasosiego.

Gemías, gemías una y otra vez, incesante. Parecía que fueran tus manos quienes, en medio del cansancio y el desespero, dejaban escapar uno que otro gimoteo. Parecían ser ellas las únicas con vida en tu cuerpo, parecían palpitar, actuar con voluntad propia.

Entonces, mis manos cobraron voluntad también, rasgaron la pared hasta sangrar, entonces, cuando fui consiente, frené los labios de tus dedos, “! Para!”, pero tu seguiste esquivándome con brutalidad. Ahora el muro estaba empapado en sangre. Tras un rugido brutal no tardó en desplomarse el cemento sobre nosotros, en llenarnos de tierra, arena y piedras, en romper nuestros huesos, uno a uno, iracundo. Ni tu ni yo corrimos, dejamos que nos empapara la tierra como lluvia, como un beso largo, como un minutero irritado.

Tus manos, inertes ahora como tu cuerpo, nuestras cabezas rodando en el suelo. Te desplomaste, pedazo a pedazo, entonces lo supe, eras de piedra, y yo también, sólo somos, sólo fuimos héroes inmortalizados.

sábado, 10 de julio de 2010

Egon Schiele


Que ingenuos fuimos al renunciar al hombre, al entregarnos al tiempo.
Prisioneros de vuestro ingenio,
Levantad las voces, a fin de cuentas estamos solos.
Y esta vuelve a ser mi raza, la de los hombres, la del condenado albedrío.
La de los calendarios y los libros malditos,
la de las ideas y las bombas atómicas, la misma de Rimbaud y Goethe.
Esta vuelve a ser mi raza, la de los falsos carnivoros,
La del arraigo y la costumbre,
Esta es mi raza, abandonada por los instintos,
Desgarrada por su codiciada condena: la libertad.


Manuela Besada-Lombana

Carta muda


Recuerdo el fuerte tic tac rompiendo el silencio, ese maldito silencio de siempre. Fruncías el ceño mientras leías, acariciabas la madera, como si buscaras una voz muda en ella. Sobre nosotros brillaba esa luz de siempre, cansada y tenue, al borde del fin, esa luz ciega, esa luz embriagada. “Mentiste”. Sobró la palabra, tu ya lo sabías y no te importaba. En nada cambió tu gesto, ni tu mirada. Era como si me dijeras en silencio “Sí, mentí. Dime algo nuevo. ”. Y de nuevo deseé un grito, deseé las calles transitadas, deseé a los transeúntes y una canción trasnochada.

Tic tac. Cállate! Tic tac. Cállate. De nuevo el frío, los relojes, de nuevo el miedo y tu olor. De nuevo el tiempo querido, de nuevo el tiempo amor.

La luz no palidecía, no cambiaba, yo estaba inerte, congelada. Recorrí la biblioteca con la mirada, luego el sillón de cuero rojo, el tapete, la pared helada. Recorrí el tiempo, el humo de tu tabaco aún ardiente. Recorrí el escritorio con tu carta. La tomé, la leí como tantas otras veces.

“María, sólo nos queda el silencio, tal vez una sombra. Me pides palabras, no las tengo, no las necesito. Ojala entendieras mi silencio.”

Te dije: “El problema Miguel es que lo entiendo”

Recogiste tu sombrero y te colgaste el abrigo al hombro. Tiraste el papel sobre la mesa y me miraste. Intenté abrir la boca, pero, es inútil cuando se es mudo. Saliste de habitación, como tantas otras veces, saliste en silencio, con ese olor a polvo y a tabaco añejo. Todo fue lento entonces, hasta el momento en el que cerraste la puerta. Un suspiro, eso es todo lo que recuerdo, un suspiro y el silencio.

Monólogo de un loco

“Gritad! Gritad sin miedo. Son los bustos de siempre los que miran sin pupilas, son solo mármol o hierro, son sólo muertos. ¿A quién esperas en medio de este desierto? Son sólo huellas, una ciudad, son sólo hombres, nada más.”

Ella me mira desde el otro lado de la calle, no espera nada, no espera a nadie. Corre, besa mi mejilla empapada.

“Dicen que Nadie es un buen hombre, un tanto solitario y desgarrado”

Sonrió, luego simplemente respondo.

“Dicen que Nadie no es un buen muchacho, que siempre está ausente, que rara vez está presente.”

Ella lo espera, y yo también.

"Mira, las estatuas del parque, son sólo mármol o hierro, no te espantes."

La niña ríe, como siempre, diáfana. Me toma de la mano, caminamos un rato, entonces recuerdo el tiempo. La niña no existe, sólo me queda el segundero, ese escalofrío invade de nuevo mi cuerpo, el tiempo, detestable compañero. Siempre viene armado y siempre está solo. Siempre helado, siempre cansado. Me toma de los hombros y me sacude, miro las estatuas de mármol, un carrusel muerto, abandonado. Sí, si existes tiempo, y Nadie ha muerto. Ya de nada sirve embriagarse señor Baudelaire.



viernes, 7 de mayo de 2010

La Jardinera


La noche cubre de negro el color hierro de las cavernas, hoy hay menos luz en este lugar, se acabaron las lunas que iluminaban la penumbra, ayer llegó una carta, apenas y he tenido las agallas para abrir el sobre, es de Miguel, seguro es un insulto, debo confesarlo, temo leerla…

Bogotá D.C.

Noviembre 2 1965

María:

Maldito sea el Olimpo, o lo que sea que me trajo a este lugar, la tierra no es menos aterradora que el mismo Cerbero, será más afable la muerte que la misma vida, al menos más certera. Me queda tan poco que me ate a ella, no tengo a que aferrarme, solo la pared de un abismo que yo mismo creé. Quedarán muy pocos restos de mi cuerpo, espero deshacerme de todos, será el crimen perfecto, ni el más hábil de los carroñeros podrá apoderarse de una de mis sobras, acabaré con todo lo que me identifique. Y será en tu nombre que lo haré.

No existe sutileza en ti, hubiese preferido que me clavaras una daga y me condenaras a la muerte.

Te ama

Miguel”


Que débil es, ¿que creía acaso?, ¿que me iba a compadecer de aquel miserable?, el es pávido, lo conozco bien, no sería capaz de atentar contra su integridad, mucho menos de suicidarse. Sé que fue mi culpa, su demencia fue mi pecado, pero a fin de cuentas fue el quien me eligió. Aunque no suelo ser gentil, no condeno a la desdicha muy a menudo, es solo cuando me exaspero que permito al diablo perturbar mis sentidos y apoderarse de mis talentos. Sé como ser perversa, sé ser fatal, sé acabar con el carácter más fuerte, sé derribar al más poderoso de mis oponentes, mi belleza está muy lejos de ser una cualidad.

Pobre infeliz, que torpe es, lo amé, no es algo que quiera negar, lo quise como a nada, el nunca podrá concebir la razón por la cual lo deje de idolatrar.

Miguel siempre se mostró noble e incapaz, yo por el contrario nunca he sido escrupulosa, carezco de moral, la vida me ha enseñado a la misantropía, y ha sido por repudio a mi persona. No creo en los parámetros religiosos, pero clasificarme como atea sería negar mi existencia, tengo pocos recursos honorables a los cuales aferrarme, eso es todo. Él por el contrarío; Miguel era un fanático, un probo seguidor de sus creencias, mártir de ellas, puro en su esencia; fue el día en que me conoció que supo lo que era diluir el espíritu en la mente. En un principio intentó persuadirme del bien que me haría unirme a su horda.

Poco a poco fueron conquistándonos nuestras diferencias, su castidad fue el complemento perfecto para mi carácter hostil, y viceversa. Él fue quien empezó a llamarme, salimos varias veces antes de si quiera besarnos, recuerdo a la perfección nuestro primer roce de labios, fue eléctrico, un revoltijo de emociones vanas sujetas a un solo accidente. Nunca lo vi como un hombre apasionado, pero ese día por primera vez en mi existencia experimente el ímpetu.

Se lo advertí varias veces, le dije que le haría mal, y así mismo fue, el día llegó, me desperté a su lado, el estaba empapado en mi sangre, desesperado por no poder obtener mucho de mi había intentado abrir mi pecho para ver si había algo adentro. Temblaba, creía que yo iba a morir, ojala fuese posible.

Una mujer más honorable escribiría una carta para evitar su muerte, yo por el contrario, lo dejaré ahogarse en sus penas, no le temo al olvido ni a sus aliados, durante siglos he vivido bajo su flagelo.

Hoy la caverna está más fría que nunca, benditos sean los aposentos que me guardan en mi eternidad.