Tiempo Herido

Y esto es lo único que nos queda a los mortales, el lenguaje, una gota amarga de vino, una palabra, un descuido, un ideal. Y esto es lo único que nos queda a los mortales, un último suspiro, un silencioso tic tac, la muerte: verdadera libertad.

viernes, 7 de mayo de 2010

La Jardinera


La noche cubre de negro el color hierro de las cavernas, hoy hay menos luz en este lugar, se acabaron las lunas que iluminaban la penumbra, ayer llegó una carta, apenas y he tenido las agallas para abrir el sobre, es de Miguel, seguro es un insulto, debo confesarlo, temo leerla…

Bogotá D.C.

Noviembre 2 1965

María:

Maldito sea el Olimpo, o lo que sea que me trajo a este lugar, la tierra no es menos aterradora que el mismo Cerbero, será más afable la muerte que la misma vida, al menos más certera. Me queda tan poco que me ate a ella, no tengo a que aferrarme, solo la pared de un abismo que yo mismo creé. Quedarán muy pocos restos de mi cuerpo, espero deshacerme de todos, será el crimen perfecto, ni el más hábil de los carroñeros podrá apoderarse de una de mis sobras, acabaré con todo lo que me identifique. Y será en tu nombre que lo haré.

No existe sutileza en ti, hubiese preferido que me clavaras una daga y me condenaras a la muerte.

Te ama

Miguel”


Que débil es, ¿que creía acaso?, ¿que me iba a compadecer de aquel miserable?, el es pávido, lo conozco bien, no sería capaz de atentar contra su integridad, mucho menos de suicidarse. Sé que fue mi culpa, su demencia fue mi pecado, pero a fin de cuentas fue el quien me eligió. Aunque no suelo ser gentil, no condeno a la desdicha muy a menudo, es solo cuando me exaspero que permito al diablo perturbar mis sentidos y apoderarse de mis talentos. Sé como ser perversa, sé ser fatal, sé acabar con el carácter más fuerte, sé derribar al más poderoso de mis oponentes, mi belleza está muy lejos de ser una cualidad.

Pobre infeliz, que torpe es, lo amé, no es algo que quiera negar, lo quise como a nada, el nunca podrá concebir la razón por la cual lo deje de idolatrar.

Miguel siempre se mostró noble e incapaz, yo por el contrario nunca he sido escrupulosa, carezco de moral, la vida me ha enseñado a la misantropía, y ha sido por repudio a mi persona. No creo en los parámetros religiosos, pero clasificarme como atea sería negar mi existencia, tengo pocos recursos honorables a los cuales aferrarme, eso es todo. Él por el contrarío; Miguel era un fanático, un probo seguidor de sus creencias, mártir de ellas, puro en su esencia; fue el día en que me conoció que supo lo que era diluir el espíritu en la mente. En un principio intentó persuadirme del bien que me haría unirme a su horda.

Poco a poco fueron conquistándonos nuestras diferencias, su castidad fue el complemento perfecto para mi carácter hostil, y viceversa. Él fue quien empezó a llamarme, salimos varias veces antes de si quiera besarnos, recuerdo a la perfección nuestro primer roce de labios, fue eléctrico, un revoltijo de emociones vanas sujetas a un solo accidente. Nunca lo vi como un hombre apasionado, pero ese día por primera vez en mi existencia experimente el ímpetu.

Se lo advertí varias veces, le dije que le haría mal, y así mismo fue, el día llegó, me desperté a su lado, el estaba empapado en mi sangre, desesperado por no poder obtener mucho de mi había intentado abrir mi pecho para ver si había algo adentro. Temblaba, creía que yo iba a morir, ojala fuese posible.

Una mujer más honorable escribiría una carta para evitar su muerte, yo por el contrario, lo dejaré ahogarse en sus penas, no le temo al olvido ni a sus aliados, durante siglos he vivido bajo su flagelo.

Hoy la caverna está más fría que nunca, benditos sean los aposentos que me guardan en mi eternidad.

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