Tiempo Herido

Y esto es lo único que nos queda a los mortales, el lenguaje, una gota amarga de vino, una palabra, un descuido, un ideal. Y esto es lo único que nos queda a los mortales, un último suspiro, un silencioso tic tac, la muerte: verdadera libertad.

viernes, 7 de mayo de 2010

Otra Poesía Negra.

Otra Poesía Negra

Humo, sol, respiración entrecortada, un rayo de luz atravesando la pupila agotada, échate a morir si es lo que quieres, ya vendrán las aves de rapiña y las lombrices a devorarte, en vida o en muerte. Eres otra alma sucia, febril esclava, pasiones censuradas. Devoras el minutero, y la verdad es que sí, cada vez estoy más sola. Melancolías, una sombra. Y de nuevo vine el tiempo, a desgarrar de las entrañas ese rastro de silencio.

Desbaratas cada frase dicha, repasas cada palabra, de nuevo el pulso en las sienes. Eres otro engendro más, errante, ¿qué quieres encontrar? Si me preguntas, odio el ruido de los pasos, odio el gemido de los buses al frenar, el humo, el cemento, odio ser uno más circulando con el flujo por las calles. Pero supongo que no, que no es tu intención preguntar: “¿Amargura?” ¿Cómo no sentirla? He visto a mi madre intentando ahogar el odio que roe sus huesos cada vez que tiene que aferrarse a la rutina, ¿por qué? O más bien ¿por quién? Por mí. He visto a mi padre ciego, lo he visto sonreír con malicia, lo he visto detrás de bocanadas de humo negro, allí sentado, frívolo y pálido, sin arrepentimiento, sin alma, como muerto. He visto la penumbra, he ahogado en la memoria los alaridos de mi madre, he odiada a mi padre, he llorado, he matado.

Me robaste las horas fallecidas. Me dijiste tantas cosas, palabras rotas, palabras gastadas, palabras desgarradas. Y si la tenue luz tardía iluminara el tic tac eterno de las agujas, no serían tantas mi penas, ni tan fuerte el dolor.

No me llaman las paredes blancas, no me llaman las horas muertas de la infancia, no me llaman las penas del amor y la desesperanza, es la angustia de sentir la tierra bajo las palmas de mi pies la que me llama.

Nunca vi en los ojos de mi abuelo brillo alguno, nunca vi cariño en los ojos de mi padre, ni un toque de dulzura o arrepentimiento. En la mirada de mi madre veo cansancio, y un brillo opaco. No, opaco no, simplemente la sombra, la cicatriz de una luz pasada.

No pido que me desgarren del alma las tristezas, no pido que me arranquen de las entrañas las lágrimas, sólo pido un resplandor que me pruebe que he sido yo quien ha vivido engañada.

Pero las letras no son refugio sacro, o segura madriguera para guardarse del frío. Las letras son hirientes, están rotas, son frágiles y peligrosas. No negaré que con ingenuidad las busque, y que por necesidad me quedé aferrada a ellas, no por temor a su venganza, sino por pavor a volver al mundo de los hombres y las bestias, para llegar al fin, y confirmar que es el hombre la única bestia en el planeta.

Perdóname, pero no sé vivir, y tampoco quiero aprender.

¿Culpa? Sí, me desarma. ¿Por qué? Soy igual a ellos. ¿A quiénes? A los transeúntes. ¿Miedo? Sí, de mí. Miedo no, pánico, fobia, detesto los espejos, no hay sinceridad en el reflejo. Me queman las penas, y sí, la angustia de no ser más que carne, hígado y sangre. Tal vez esto no sea más que el producto de otra noche en vela, del cansancio, la rutina. Hoy soy de nada, hoy me abarca un paraíso negro. ¡Sólo cállate maldito minutero! Hoy no tengo ganas, hoy tiemblo. Hoy pueden chillar las aves, puede morir el tiempo, hoy puede llevarme cielo, tierra, o infierno.

Manuela Besada-Lombana

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